jueves, 26 de diciembre de 2019

Intentando comprender el fenómeno del crecimiento de los populismos neofascistas europeos

Ortega practicó la observación de lo politico desde el punto de vista que desde los griegos que lo clasificaban como episteme, llamamos filosófico o sapiencial, contrapuesto al modo de parlotear en charla de café que ellos denominaban doxa, en sus conocidas reflexones en El Espectador. Sin pretender estar a su altura, al menos creo que sí podemos intentar una mirada, en lo posible imparcial o al menos conociendo los propios sesgos, de lo que está hoy sucediendo en este ya demasiado largo tiempo de espera a la formación de un nuevo Ejecutivo en España.Lo que vemos en nuestro país es similar a lo que ya pasa, y sufren, por ejemplo en la dinastia Le Pen francesa, en el Erdogan turco, en el Orban húngaro, con la AFD alemana que sustituye al ya senil NPD, etc. En el otro lado del océano los estadounidenses sufren la irracionalidad de Trump, y el sur, que los considera de izquierda, vemos la crisis de los populistas o comunistas de Cuba, Venezuela, Argentina etc.
Parece necesario ir algo más allá de supeficial e infundada distinción clásica derecha-izquierda, que hoy es claramente insuficiente para acotar el problema, pues hay puntos de contacto y simililitudes en ambos extremos, en los ultras del neoliberalismo, o en los neoizquierdistas americanos, así como en los que no quieren condenar las disctaduras asesinas del fascismo del pasado siglo. La antítesis debería colocarse entre los que argumentan, aun cuando se equivoquen, buscando alguna racionalidad, y los que simplemente, y facilitonamente se dejan llevar por la demagogia irracional de los populismos.
Pero no es sencillo encontrar un mirador desde el que, sin olvidar lo observado en escenarios tradicionales, busquemos formas de diagnosticar la situación.
Lo esencial en la nueva forma de ver, como ya entrevieron los socios internacionales del
Biological Computer Laboratory en el Chicago de los 50, es pasar de observar sistemas (o campos de problemas) a observar al mismo observador, pues todos esos grupos políticos son ellos mismos observadores del variopinto campo de problemas de la sociedad. 
e intentar mantenerse en el escenario tradicional de enfrentamientos donde queda algo de racionalidad, Y hay que hacer un esfuerzo por recuperar el Pensar, como medicamento contra el arrebato emocional o incluso la resurrección de la vetusta Dialéctica de los puños y pistolas de José Antonio y similares versiones en las JONS o de la organización del estado nacional-católico apoyado en tricornios y divisiones acorazadas. Contra el Viva la Muerte y Muera la Inteligencia, lema del mutilado general Millán Astray (símbolo si los hay de los efectos autodestructivos del fascismo), creo es útil recordar a Francis Bacon con su distinción entre los Idola Mentis (individuales) e Idola Fori (grupales) como denominó acertadamente a lo que hablando más sencillamente son los dos tipos más generales de sesgos en la observación. Sesgos de los que no se suele ser consciente, el ojo no ve que no ve lo que no ve..., y que condicionan la actitud del radical o del ultra, pero sesgos de los que debe librarse el espectador que intenta ver la realidad tal como es, no como se desea que sea o como se dicta debe ser desde posiciones dogmáticas con esquemas dictados en ciertos grupos sociales, sin base alguna en la realidad.
El modelo de las redes neuronales en la Intelligencia artificial sitúa entre la columna de nudos input, lo que deberíamos poder observar, y la de los output o nuestra representación interna de lo observado una tercera de nudos ocultos (hidden layers) en que los inputs son seleccionados y transformados para originar los outputs. Este modelo (evidentemente tomado con toda su complejidad derivada de la red de flujos entre esos nudos que funcionan ellos mismos como máquinas de Turing acopladas en multiples niveles, permite comprender algo de la complejidad del conocer humano. Ahí se superponen varios estratos de procesamiento de información-input, comenzando por el de los procesos sensoriales y pasando al linguïstico-comunicacional, y no olvidando las distintas clases de inteligencia, de la que la emocional (Coleman) es evidentente la que vemos más facilmente cómo influye en la selección y procesamiento de percepciones y recepción de inputs comunicacionales.
Este modelo, o metáfora intelectual, permite una aproximación a esos procesos socioculturales en que se generan actitudes como las del autoritarismo o su versión fascista-populista.

La Escuela de Frankfurt, trasladada a EEUU por la conquista del poder por los nazis se especializó precisamente en el estudio de los condicionantes sociales del conocimiento en que se generan esas patologías ideológicas. La justificación de esta cualificación de "patológica" está tanto en la historia de lo ocasionado el pasado siglo con el Holocausto de seis millones de judíos y una suma total de unos sesenta millones de muertes además de la destrucción de incontables tesoros culturales, sino también a nivel teórico. Ahí destaca la obra sobre la Personalidad Autoritaria del grupo de Francfort, pero no se pueden olvidar los estudios de Fromm sobre la patología de la destructividad o los trabajos de Milton Rokeach sobre Closed and Open Mind, obras que ejemplifican líneas de estudio en este campo. Las llamadas Digital Humanities hoy en crecimiento exponencial tienen un precursor en los estudios de aquellos años sobre Content Analysis en que el simple estudio estadístico de términos más usados por los retóricos de la política permitió entonces a los servicios secretos la invasión hitleriana de dos países escandinavos, por la idea de que eran pueblos también de pura raza germántica, sino se ha convertido en herramienta para diagnosticar y reconstruir los que más tarde Maruyama denominó Mapas Cognitivos.
En otro lugar he esbozado una reconstrucción del mapa cognitivo de Heidegger, que en sus memorias, Cuadernos Negros (a pesar del filtrado selectivo realizado por sus herederos) dibuja la cosmovisión nazi a la que él pretendió dar un sólido fundamento filosófico pues sabía de sobra que no tenían base alguna las ideas biológicas de aquellos racistas. Curiosamente es un mapa que reproduce, en versión secularizada, las lineas maestras de la teología más reaccionaria vaticana donde evidentemente el principio de una Autoridad o Poder superior a lo que es Inteligencia humana anatemiza la lógica, la racionalidad y el mismo "humanismo". Para él, la Fuerza Superior está mejor representada por los míticos titanes que por el dios Zeus que introdujo orden racional en el Olimpo y del que brotó la diosa de la sabiduría Palas Atenea.
Aquí, evidentemente no es posible aplicar esas y otras técnicas analíticas (predominantemente de Análisis Cualitativo) al estudio científico de las ideologías y retóricas empleadas por los grupos y partidos políticos neofascistas europeos o españoles, pero sí podemos adelantar la hipótesis de que el amplio espectro de actitudes y manifestaciones socio-económico-ideológicas posibles es el output -generado en distinto grado de simplificación reductiva de la complejidad- en los Hidden Layers empleados selectivamente por los partidos y grupos, Hay muchos ejemplos de estas actitudes, tambén en el medio digital o en prensa, tv etc. Creo que para cualificar su nivel intelectual basta recordar una reciente emisión de Intereconomía dedicada a combatir la presunta invasion de pensamiento musulmal. En su rechazo global, sin ni siquiera recordar que precisamente España cuenta con maravillas de arte árabe, el intelectual españolista en esa emisión antiarabe al citar a Tomás de Aquino como recuperador de la metafísica griega se olvidó de que Tomás aprendió lo más importante a través de un hermano de orden (Guillermo de Moerbeque)en aquel Toledo de las tres culturas le tradujo lo más importante de la filosofía árabe, y sin los conceptos de la Elementatio Theologica (de un Proclo al que los filósofos árabes reconocieron como el último y mejor sistematizador deel neoplatonismo, Tomas no había podido utilizar el esquema abstracto de las relaciones numéricas (a partir del Uno como expuso Plotino) para poder afirmar un Dios uno en el ser, pero trinidad en sus relaciones internas (Quaestiones de Trinitate, del final de la vida del de Aquino.
Distinguiendo y filtrando sólo el factor de Grado de reducción de la complejidad que se opera en esa óptica y filtrado de la realidad peculiar de la derecha, se puede definir la hipótesis de que a mayor simplificación y negación de diferencias y matices responde una actitud más extremista que se caracteriza por el uso de esquemas binarios (maniqueismo resucitado) en que sólo hay blanco y negro, y no se pueden distinguir ni grados de grises o colores. K. Burke en su estudio sobre la retórica de Mi Lucha de Hitler, obra de 1938, todavía antes de la guerra y asesinato masivo de todo disidente o enemigo de la raza aria, el escritor describe como Hitler aplica el esquema maniqueo de las Dos Ciudades, Jerusalén-Babilonia, que Agustín tomó para descdribir la caida del Imperio Romano frente al avance de la Iglesia, aplicando ese modelo a la pugna entre el nuevo pueblo elegido por los dioses de la raza, el germánico, y sus enemigos judíos, comunistas o capitalistas. Berlín contra Nueva York o contra Moscú. El "caudillo" (traducción de Führer o Duce) todavía recuerdo su discurso, de cuando la ONU después de la guerra hizo retirar los embajadores a todos los paìses demócratas, hablando entonces de la conjura masónico-comunista-capitalista. Sin conmentarios.

Merecería la pena estudiar los nexos, sobre todo en su realización financiera entre estos neofascismos y el capitalismo. Hoy está ya demostrado históricamente que uno de los motivos del asesinato de los líderes de las SA por las SS fue su carácter más socialista que incomodaba a los grandes imperios industriales alemanes que hicieron negocio con el rearme, o con la producción de gas letal para los campos de exterminio, como el gran consorcio de las tres grandes químicas alemanas. La rebaja de impuestos, hasta ahora única via para sostener el estado social, que piden los de Vox, o sus colegas europeos es síntoma de esa callada alianza entre neoliberales y neofascistas. La mencionada Intereconomía no es la única.
El llamado ·"pensamiento único" que caracteriza al Neoliberalismo efectúa una reducción injusstificada de todo un espectro de factores que intervienen en la economía real donde el cálculo sólo admite análisis monolineales. El pensamiento lineal sólo deja percibir una concatenación unidimensional de nudos. Por ejemplo, en la planificación de la presa de Assuan en Egipto, los nudos de la cadena de causa-efecto permitían sólo ver que la regulación de caudal y aprovechamiento hidroeléctrico del Nilo permitiría obtener kilowatios baratos, industrializar, comercializar, vender y aumentar la riqueza del país. Pero la ausencia de las inindaciones supuso una degradación del suelo cultivado, aumento de plagas etc. todos efectos colaterales no observados por haber empleado una red de observación arbitrariamente selectiva. Los economistas clásicos ya reconocían que sus modelos dejaban fuera importantes aspectos y los llamaban Externalities. Los ultraliberales son ciegos a esos factores y la crisis del 2008 no ha llegado a despertarles del "sueño de la razón" (para emplear el esquema visual de Goya) en que su ideología neoliberal los mantiene preso al no permitirles utilizar la capacidad de producción mental de redes de miles y millones de cerebros, cada uno con cien mill millones de neuronas interconectas en cifras incalculables. El simplismo del Pensamiento Único va unido (como diagnosticaba Habermas en su estudio Conocimieno e Interés) a la comunidad de intereses. El humorismo crítico compara la derecha unida por el interés compartido (sólo les importa el interés monetarizado) con el caos de las izquierdas a las que les separan "las ideas" que lógicamente difieren si no se tiene una mente totalmente cerrada. La ideología antes llamada fascista y hoy populista sigue el mismo esquema reductivo. Franco no se reconocía como fascista, ni siquiera cuando sus aliados alemán e italiano parecían avanzar, pero sus esquemas mentales, como él mismo los reveló en su diario de un militar en la guerra de Marruecos, o en sus repetitivos ataques escritos (y además en órdenes de ejecución) contra los masones, responden al mismo esquema binario del fascismo y hoy del populismo de Vox.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Para estar al día sobre problemas y avances en la Educación a Distancia en el espacio "virtual" (usando las nuevas TICs) recomiendo entrar en

 http://www.scoop.it/t/educacion-a-distancia-ead?urlToShow=

martes, 2 de octubre de 2012

miércoles, 23 de junio de 2010

"Ilustración" y emancipación por la Formación

Es evidente la complejidad del tema: funciones y problemas de la formación si entendemos aquí ese concepto como trabajo en y con la persona para mejorar sus competencias, no sólo profesionales, sino también en otras dimensiones como es su capacidad de comunicarse adecuadamente, tomar decisiones aún en situaciones de estrés, o su capacidad crítica que le libere de ser fácil presa de curanderos, predicadores evangelistas o de otro tipo etc. 
 La complejidad del tema, entre otros motivos, se deriva de la multidimensionalidad del proceso continuado formación
En esta aportación sólo quiero, sin entrar en disquisiciones académicas, exponer una de esas dimensiones: de la adquisición de la competencia en cuestionar  racionalmente presuntas verdades - mitos de antaño, prejuicios de todo tipo, dogmas religiosos, tesis o programas ideológicos, etc. - que contribuyen a mantener al individuo como no-adulto, sumiso por tanto a otros poderes. 
 Sin esa competencia, la de ser capaz uno mismo, no porque se lo imponga ésta o aquella presunta autoridad en la materia, de poner en tela de juicio lo que a primera vista debería admitir como verdad, el individuo permanece en el estado del menor de edad, del no emancipado de sus tutores. 
 La Ilustración, aquel movimiento del siglo XVIII, en realidad realizó un programa, ciertamente no resultante de un programa rigurosamente planificado, en que se buscó primariamente liberar al individuo frente a los poderes que le mantenían en estado de servidumbre justificando tal sumisión con ideas político-religiosas, como, por ejemplo la tesis de que el poder de los reyes, su soberanía, deriva directamente de Dios. No se cuestiona ni por los defensores, ni por los detractores de la Ilustración, que el paradigma pre-ilustrado se estructuraba en una visión religiosa muy particular, la que suponía intervenciones superiores, de la causa primera, en todo el reino de las causas segundas (las fuerzas naturales) de un tipo que denominamos hoy "magia". La Entzauberung, el des-magicizar la realidad, es el concepto que Max Weber utiliza para distinguir la modernidad del mundo anterior. 
 En la Restauración anti-revolucionaria y anti-ilustrada, a cuya génesis contribuyeron ciertamente los crasos errores cometidos durante la Revolución, se criticará precisamente la tesis de Rousseau de que el soberano es el pueblo, y sólo por su delegación se justifica el poder político, no por presuntos mandatos divinos sobre la obediencia a los reyes "por la gracia de Dios". Las ideas cuestionadas por los ilustrados, en general, dado que no era posible justificarlas en argumentos racionales, se basaban generalmente en la "tradición". No es este el sitio para tratar de los condicionamientos en psicología individual o en estructuras sociológicas que favorecen la adopción individual, grupal o colectiva de una tradición como pauta normativa de la conducta. En el contexto de nuestra discusión sobre formación basta recordar que en la Ilustración  se comprendió que el diagnóstico y terapia de la patología de la sumisión incondicional a autoridades y tradiciones sólo sería posible si la capacidad de crítica dejaba de ser un privilegio de los intelectuales, y se trabajaba en formar a todo el pueblo para que adquiriera esa capacidad crítica.
 Ya Bacon, el padre del paradigma de la ciencia experimental, había visto que el adepto a la tradición, simplemente cree que otros (los jerarcas de la Iglesia, por ejemplo) saben cosas que él no sabe. En la Ilustración se quiso terminar con esa sumisión interna: mediante la educación de la mente hacia una visión crítica. Sólo si se libera la mente de prejuicios infundados, de aceptación ciega de mitos o dogmas, será posible capacitar al individuo para que pueda también emancipar su vida de la sumisión a esos poderes que sólo pueden presentar cartas credenciales sin respaldo comprobable alguno. 
 La historia nos muestra cómo la Restauración hizo abortar el programa de la Ilustración, que sólo pudo desarrollarse hasta quedar como un torso de una hermosa escultura. El esfuerzo por recuperar ese impulso marcaría luego el trabajo de la Escuela de Francfort (con pensadores como Horkheimer y Adorno). 
Si buscamos los motivos por los que el movimiento de restauración tuvo tanta fuerza, ciertamente no podemos atribuirlo a la calidad intelectual de sus protagonistas, como De Maistre en Francia, Donoso Cortés en España, o sus epígonos en el siglo XX, como  Charles Maurras, ateo católico (así se calificaba él mismo) fundador del primer movimiento de ideología fascista, Action Française. Un diagnóstico de la situación en que pugnan el impulso a ilustrarse y la resistencia al saber es el que hizo Kant en su opúsculo sobre lo que es realmente Ilustración (Was ist Aufklärung?). El filósofo alemán definía Ilustración como el salto del hombre al escapar de un estado de falta de adultez, del que él mismo es culpable al mantenerse en esa dependencia frente a injustificadas autoridades. Y la fuerza que se opone a ilustrarse, a formarse, es el miedo a andar solo, a servirse de la propia razón, es decir, la angustia ante la libertad. Es mucho más cómodo creer, seguir tradiciones, admitir autoridades; para superar ese estado hay que vencer la tendencia al letargo, o dejar atrás la angustia ante la propia responsabilidad sobre uno mismo, sobre lo que uno decide y hace. 
 El miedo a la libertad interior es precisamente el punto de apoyo de la palanca con que ideologías de todo tipo, no sólo religiosas, construyen sus cosmovisiones que justifican las estructuras de poder totalitario. Así crean cadenas invisibles, pero que son bien comercializadas en esos mercados de ideas políticas, económicas, culturales (entendido el término en su sentido más amplio, abarcando, por ejemplo, la cultura del deporte de masas por antonomasia, el futbol, como vemos o sufrimos en el mundial actual). 
 Algunos aspectos o dimensiones del paradigma de la Anti-Ilustración fueron estudiados con más atención tras el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial provocado precisamente los fascismos que desarrollaron las ideas de la Restauración, como la ya citada Action Française y sus discípulos de Acción Española, la que dio las bases ideológicas del nacionalcatolicismo hispano. Los pensadores de aquella primera Escuela de Francfort, forzados a emigrar desde Alemania con la toma del poder por los nazis, nos han dejado el legado de serios estudios sobre la personalidad autoritaria, y en el entorno estadounidense fue fácil completar con estudios psico-sociológicos la crítica filosófica. Así, por ejemplo, Milton Rokeach desarrollo en su comparación de la "open and closed mind" escalas para medir el grado de prejuicios como los del racismo, en correlación con el nivel de admisión de dogmas admitidos como superiores a toda crítica. Y en esa misma línea, Deconchy estudiaba empiricamente las estructuras de esa sumisión interna del individuo a supuestos dogmas. En otro horizonte de observación, Erich Fromm analizaba los efectos destructivos de la personalidad autoritaria utilizando como caso extremo, en una detallada anatomía de la destructividad, la figura de Hitler. 
 La Ilustración se desarrolló en el mismo período en que se iniciaba la Revolución Industrial aplicando al dominio de la naturaleza la nueva ciencia empírica, contrapuesta polarmente al dogmatismo tradicional, que en su lógica no tenía otra alternativa que la posición asumida por la autoridad eclesiástica ante personalidades como las de Copérnico o Galileo
En la Ilustración se aceptó pues la nueva fe en el progreso, lo mismo que se adjudicaba a la razón aquellas propiedades asignadas antes en la construcción teológica a la figura de un dios. El mismo Descartes, aunque intentó una duda universal, no cuestionó el valor absoluto de la razón como instrumento para la busca de la verdad. 
 Hoy, a cierta distancia histórica de aquel intento de los ilustrados, podemos percibir que su esfuerzo por liberar al ser humano de mitos, dogmas y principios superiores, salvo en algunos casos (como el de las críticas de Kant estableciendo límites a la razón) no llegó a sus últimas consecuencias. El ideal ilustrado de la formación del individuo se estructuraba así en un horizonte en que seguía vigente la admisión de los absolutos, aunque transportados desde la esfera de lo religioso y mítico, a la del propio pensamiento humano. Y dejamos para otra ocasión tratar de la aportación de Wittgenstein a la superación del paradigma de la confianza absoluta en la razón. Por lo demás, si superando nuestro eurocentrismo observamos lo sucedido en otras culturas, veremos que dos siglos antes de nuestra era, en la India budista, Nagarjuna anticipó ya, y de forma radical, la admisión de los límites de la razón. Pero debemos volver al tema de la Ilustración como primer intento para llegar a una formación integral. 


 Aquel grabado inolvidable de Goya, "el sueño de la razón produce monstruos", ciertamente una expresión de ambigüedad no superable (no se sabe si es que al soñar la razón no funciona, o si ella engendra tales monstruos) anticipaba ciertamente la posición, que muchos llaman "posmoderna" (término más que discutible), en que se cuestiona la misma capacidad de nuestra razón, es decir, se ponen límites a nuestra capacidad racional, límites que ningún saber puede superar. 

La imagen del barón de Münchhausen que se libera a sí mismo de las arenas movedizas en que ha caido tirando con sus manos de la coleta en que anudaba su cabellera, es también otro símbolo de la situación en que se encuentra el pensamiento humano. 

 Por eso, como se exponía por Morín en el texto de la anterior publicación en este blog, la primera tarea en la formación debería ser la de educar para aprender a cuestionar aparentes certezas.
 Es desde esta posición meta-crítica desde la que pienso que debe plantearse el problema de la formación para contribuir a que la persona se comporte asumiendo plenamente la responsabilidad sobre lo que decide y hace. Esto, como expondré en otro texto sobre la formación profesional integral (superando la fácil especialización), tiene claras repercusiones prácticas: sin llegar a la competencia "crítica" sólo tendremos personalidades incompletas. Y en una personalidad emancipada gracias a una nueva Ilustración, ciertamente no se admitirá ya que la obediencia sea una virtud. Las experiencias históricas de la obediencia debida, en un Eichmann persiguiendo judíos, o en los militares de la dictadura argentina muestran empíricamente lo que en un estudio histórico mostré, en el marco de una Begriffsgeschichte, historia de conceptos, sobre el influjo, en la génesis del totalitarismo alemán, de la idea de Lutero, incondicional adicto a la idea de que sólo la obediencia civil garantiza el orden ciudadano. Entre las reformas que deberá enfrentar en su necesario Aggiornamento, interrumpido tras el concilio Vaticano II, me atrevo a pronosticar que, junto al antifeminismo, estará también la abolición del voto de obediencia. Lo que sólo a nivel funcional puede valer en una organización, no hay razón alguna que lo justifique como actitud esencial para ser una persona plenamente.
Ciertamente, desde la ideología propagada en "Camino", totalmente en la línea restauradora anti-ilustrada, será mejor ser un vagón que una locomotora. No sería muy rentable un ferrocarril con más locomotoras que vagones de mercancías. Ese es uno de los sofismas basados en el poder de la imagen. Pero ya hace milenios que Sócrates se nos anticipó en la refutación del sofisma como medio de manipulación del ciudadano de la Polis ateniense. La formación integral no puede olvidar el legado intelectual de los clásicos.

José Rodríguez de Rivera

sábado, 12 de junio de 2010

Sobre la reforma de la universidad (2)

La doble misión de la Universidad


Para querer cambiar algo es necesaria la motivación que nace de tomar conciencia de la existencia de un problema o una disfunción. También en la universidad, hay que tomar conciencia de sus problemas y disfunciones. Y ahí, el primer paso es clarificar la situación identificando la misión o función social de esa institución que legitima y organiza la comunidad de docentes, investigadores y alumnos. Como camino para despertar la observación crítica sobre esta institución, hemos recordado sus comienzos, y en este recorrido se confirma la imagen de una comunidad de estudio y desarrollo de saberes que se hereda a sí misma, conserva, memoriza, incluso ritualiza (como se manifiesta en sus ceremonias de concesión de grados) su herencia cognitiva, pero al mismo tiempo se desarrolla regenerando, reexaminando el caudal de conocimientos anteriores y sirvió siempre de núcleo de generación de saberes y cultura. El influjo de la universidad se ha reflejado constantemente en la actividad de los que formó se visualiza en los nombres de los grandes  que no pocas antiguas universidades han grabado en sus claustros o patios.
La misma universidad, de una u otra forma, ha formulado constantemente su conciencia de poseer una misión y función transsecular, que apoyándose en el pasado mira al futuro en un horizonte de visión que, entre otros obstáculos, debió superar las ideologías nacionalistas modernas que se desarrollaron desde los comienzos del Romanticismo y culminaron en las dos guerras mundiales. La autonomía de que disponían los centros universitarios de muchos países fueron los factores que les posibilitó seguir cumpliendo su misión.
La comprensión actual de la investigación está marcada por la idea, similar a la de la definición de innovación dada por Schumpeter, destrucción creativa, el avance en el conocimiento exige deshacerse del pasado, al menos de partes que hasta el momento se consideraron importantes. Nos encontramos con el viejo conflicto entre conservadores y renovadores, y según se comprenda el término conservación y lo apliquemos a la institución universidad, promoveremos, o una conservación que lleve a la esterilidad, al anquilosamiento del sistema; o una conservación creativa y vital en la que preservar es al mismo tiempo afirmación de una base para preparar el futuro; en la que salvar el pasado, superar las fuerzas desintegradoras social y culturalmente no lleva al anquilosamiento cognitivo, como aquel que terminó con la tradición de la Escolástica medieval cuando la autoridad de la iglesia romana condenaba el avance científico: por no extendernos más, recordemos las condenas a Copérnico y Galileo.
El impulso a la conservación había conducido al dogmatismo, la rigidez y la esterilidad. No sólo la Iglesia oficial, también la Sorbona condenaba todos los avances científicos del siglo XVII. La ciencia moderna surgió en ese siglo al margen de las universidades. Sólo tras el verdadero giro copernicano en la forma de comprender el saber que realizaron los ilustrados del siglo XVIII al impulsar la emancipación de la razón y al anunciar la mayoría de edad del pensador racional frente a las tutelas dogmáticas  pudo también sembrarse el germen de lo que fueron las universidades del siglo XIX.
El laicismo no sólo redujo radicalmente las propiedades de la Iglesia (como en la conocida desamortización promovida por Mendizabal en España), sino supuso una mutación genética de la institución universitaria. En realidad, el cambio de horizonte comenzó en el Renacimiento con la recuperación de la cultura y formas de comprender el cosmos que había desarrollao la Antigüedad Clásica en las artes y también en la forma de concebir al mismo ser humano, la naturaleza, la vida y a Dios. Esto llevo a la universidad a convertirse en vivero de una reflexión racional liberada de las barreras dogmáticas que impiden toda observación crítica sobre la realidad natural y social. La cultura moderna occidental nació así ligada al florecimiento de nuevas formas de vida universitaria en que, junto a la transmisión del saber conservado se replantearon las cuestiones de siempre desde nuevas perspectivas. En filosofía, los temas podían ser los de siempre: el problema de la verdad o la certeza, por ejemplo, pero el discípulo de los ilustrados, sobre todo de Rousseau, Kant re-planteó dentro de los límites de la razón emancipada, las viejas cuestiones: ¿qué podemos saber? –ciencia-, ¿que debemos hacer? –ética y política-, ¿qué podemos esperar? –religión-, cuestiones que resumía en la gran pregunta, ¿qué es el hombre? Y aquí se muestra que cuando el pensamiento asciende a sus cimas, lo importante no son las respuestas, sino las preguntas.

Ciertamente, como se manifiesta en el ejemplo de Tomás de Aquino que prefería estructurar sus lecciones como Quaestiones,  “preguntas” a proponer desde el comienzo una tesis afirmativa, ya desde los inicios de la actividad universitaria centrada en el trabajo con la razón, plantear preguntas fue considerado como elemento esencial de la actividad del universitario. Y como señal de dicha forma de reflexionar cultivada en las aulas académicas, podemos recordar que ese cuestionar no se detenía ni ante lo que entonces formaba parte de las creencias básicas, como sucedía al a plantearse incluso la pregunta de si hay o no Dios (utrum Deus existat). Pero es innegable que el horizonte de comprensión de la realidad era entonces religioso y dogmático y estos condicionamientos, en la práctica, hacían imposible ir más allá de las fronteras mentales marcadas por la cosmovisión religiosa tal como luego lo emprendieron los racionalistas y los ilustrados.

El nuevo modo de comprensión del papel de la universidad nacido en el Racionalismo y en la Ilustración exigía un cambio en la misma organización de la institución. La primera reforma radical de la universidad tuvo lugar en Berlín, 1809, en el mismo momento en que ilustrados de las colonias hispanas iniciaban su emancipación frente a la Corona. Wilhelm von Humboldt, filósofo y ministro, hermano del conocido naturalista y estudioso de las Américas, Georg, pudo aprovechar el apoyo de uno de los últimos “déspotas ilustrados”, el rey de Prusia para implantar su gran reforma administrativa y universitaria. Hoy, con la apertura de visión que posibilita la distancia histórica podemos entender mejor que si Prusia se convirtió en el motor de la unidad alemana y luego en gran potencia, se debió, en primer lugar, al factor formación superior (Hochschule: alta-escuela, similar al francés, haute-etudes, es la denominación de universidad en alemán). Y estos centros se crearon el mismo contexto en que se establecía el tipo de organización burocrática para la administración pública con funcionarios, algo que ya antes había creado el temido ejército profesional prusiano (en cierto modo estatizando aquellos ejércitos de mercenarios que eran como privatizaciones ineficaces de la defensa nacional). En esa institucionalización del cambio universitario, se estableció la plena autonomía de la universidad, no sólo frente a la religión, sino también frente al poder civil.

No es, creo, casual que esta revolución mental tuviera lugar dentro del horizonte de la Reforma, con su principio del libre examen que promovió la libertad interior, institucionalizándola en la libertad de cátedra. Surgió así una institución laica y autónoma de forma más completa que la que Barbarroja había concedido a Bolonia pues, en adelante, la actividad académica, institucionalmente, tiene libertad para problematizarlo todo, como en las citadas preguntas que formulaba Kant.

Al mismo tiempo, esta reforma de la institución llevó a la creación de departamentos, donde se cultiva la especialización posible gracias a la división del trabajo, que han ido multiplicándose a medida que se desarrollan las ciencias modernas. En adelante, en la universidad coexistirán dos culturas: la de las humanidades, herencia conservada desde los clásicos, y la nueva cultura de la ciencia.
Pero cuando Humboldt creaba los departamentos, lo hacía desde una comprensión del carácter perenne de la integración de los distintos saberes, los de las humanidades y los de las ciencias, en el mismo organismo universitario. Esta integración nunca fue fácil, y los desarrollos posteriores muestran que, en general, se ha perdido en la mayoría de las universidades. La existencia de un Studium Generale, o instituciones como la del College de France en París, en que un pensador, como durante años pudo hacerlo M. Foucault, puede impartir sus lecciones a alumnos de cualquier facultad, es más bien la excepción que la regla.

Recordemos además que en su primera interpretación, “organización” era un concepto enmarcado en una interpretación de los organismos vivos como máquinas que coordinaban distintas funciones. Para Humboldt, los departamentos o facultades no reemplazaban a las escuelas de formación profesional especializada, algo que en Prusia siguieron practicando las Escuelas Técnicas, superiores o medias, sino los veía como partes de ese organismo u organización dedicado no sólo a la formación del alumno, sino también al desarrollo del saber en la investigación, lo que a su vez exigía formar al alumno, como posible futuro investigador, en actitud de apertura a una permanente renovación  del saber. Para Humboldt habría sido totalmente incomprensible hablar de lo que muchos llaman tesis de maestría, y que sólo son ejercicios de aplicación de conocimientos no cuestionados, como si fueran investigación en el sentido estricto del concepto: el de ir más allá de las fronteras actuales del conocimiento, el de cuestionar la presunta fundamentación de teorías anteriores y sustituirlas en auténtica destrucción creativa, por nuevas hipótesis y nuevas teorías. Este es el sentido de la tesis doctoral, el que debe recuperarse según el plan de renovación universitaria nacido en el Acuerdo de Bolonia: para obtener su título superior el alumno, lo que le capacitará para enseñar e investigar debe realizar necesariamente “investigación”.Y en ese mismo espíritu no tiene sentido alguno la praxis de no pocas universidades en estos países latinoamericanos, de que los titulares superiores de la docencia ni siquiera hayan sido formados como investigadores, o que incluso encontremos rectores, el grado superior en la responsabilidad para guiar una universidad que no hayan sido formados previamente como investigadores. Será milagro que puedan comprender la importancia de esta dimensión de la actividad académica.

Así, la universidad moderna, subraya Morin, nace con una duplicidad paradójica de funciones: adaptarse a los avances científicos e integrarlos en una visión humanista. Es decir, por un lado deberá responder y dar respuesta a necesidades o exigencias de formación derivadas del desarrollo de nuevos conocimientos científicos y de sus aplicaciones técnicas, pero al mismo tiempo, deberá también suministrar al alumno una enseñanza meta-profesional, meta-técnica, humanista (en el sentido dado al término desde el Renacimiento). Por tanto, desde Humboldt, se re-define la misión de la universidad frente a la sociedad. La universidad debe influir en la sociedad para que el desarrollo de sus saberes tenga un carácter también normativo. Esta misión se articula en tres líneas:

1.    Inocular en la sociedad una cultura, una forma de ver que permita ir más allá de la percepción de lo efímero del hic et nunc (aquí, y ahora), aunque al mismo tiempo, deberá ayudar a vivir el destino propio en el hic et nunc.

2.    Defender, ilustrar y promover en el mundo social y político los valores intrínsecos del modo de meta-observación propio de la cultura universitaria, cuyas raíces vimos surgir en el Racionalismo y en la Ilustración: en primer lugar, la autonomía de la conciencia personal y la problematización de los saberes presuntamente ciertos. Esto implica la consecuencia de que la “investigación” debe ser abierta y plural. El primado no lo tiene la utilidad, como sí pueden reclamar las escuelas técnicas, sino la búsqueda de la verdad; es decir, hay que actuar según la ética del conocimiento.

3.    La vocación de las universidades se formuló acertadamente en la dedicatoria grabada en el frontón de la universidad de Heidelberg: “Dem lebendigen Geist” (Al espíritu viviente o creativo). Investigar no es pues una actividad orientada simplemente al ascenso en la carrera académica, sino es creación viva de saber vitalizador.

Nos encontramos ciertamente ante antagonismo y complementariedad en la doble misión de la universidad: debe adaptarse a la sociedad, formar personas que puedan desempeñar funciones esenciales a la vida común, pero al mismo tiempo debe intentar que la sociedad se adapte a ella, que sus saberes tengan la seriedad y fundamentación racional suficientes para servir de normas de actuación en la vida de los ciudadanos. Si hoy se queja el ciudadano no sólo de la corrupción, sino también de la ineficiencia de los políticos, o de los supuestos expertos en las tareas del mundo economico - como sucede ahora cuando millones sufren los efectos del fracaso del dominio de una economía no sólo des-regulada, sino realmente dominadora como un moderno sátrapa tiránico - ¿por qué no buscamos el motivo de tales disfunciones en la falta de formación de la capacidad de visión integral de esos sujetos de decisión, o en la carencia de nuevas ideas que no genera ya la institución creadora de saberes?

Necesitamos recrear el bucle de retroalimentacíón entre sociedad y universidad: no sólo hay que mantener al día, modernizar las cultura de la sociedad (y los medios, sobre todo la televisión, con técnicas modernas al divulgar visiones simplistas y unilaterales de lo real, son hoy uno de los principales obstáculos a la modernizacióni de las ideas, en primer lugar por haber desplazado la lectura), sino hay que dar cultura a esa sociedad modernizada, en gran parte solamente en su utilización de las nuevas técnicas.


Ante los desafíos actuales: aprender a cuestionarnos 

La humanidad se ha enfrentado durante el siglo XX con las grandes catástrofes bélicas o al incremento de la brecha entre países ricos y pobres. Y en los comienzos del XXI, la situación, con síntomas tan contundentes como el terrorismo que tuvo su gran escenario en la destrucción de las Torres Gemelas, volvemos a enfrentarnos con nuevos problemas, que además se caracterizan por su extensión mundial, es decir, por su “globalización”. Estos problemas constituyen un enorme desafío a la doble misión secular de la universidad: conservar y transmitir saberes, y desarrollarlos en destrucción creativa y renovadora.

En primer lugar constatamos que la Economía se ha convertido en la fuerza superior de toda la actividad humana. Algunos hablan del “fascismo económico”, es decir, de un nuevo modo de totalitarismo, no impuesto por armas o policías, sino por la inexorable lógica del capitalismo moderno, una lógica del poder económico, que como propagaban ya en la Escuela Autríaca, en la que hablar de normas éticas tiene el mismo (sin-)sentido de hablar de la ética de una fórmula matemática. La presión social, ejercida por el funcionamiento del sistema económico, como poder no sujeto a control alguno democrático, supone pues una coacción a conformar, a sobre-adaptar la enseñanza y la investigación a las exigencias o necesidades de la economía, o las técnicas en constante avance (que inapropiadamente denominan “tecnologías”, pues este término se compone de técnica y de logos o reflexión sobre la técnica). Así se exige estar al día, adaptar todo a las últimas innovaciones, como por ejemplo sucede con las nuevas técnicas de procesamiento y transmisión de datos para generar información. Si en la Edad Media, la universidad tuvo que defender su autonomía frente a las pretensiones del poder anclado en creencias religiosas, en el contexto de una era teocrática, ahora, los centros superiores apenas si pueden defender la libertad de cátedra, en investigación y docencia, frente a las presiones ejercidas desde el sistema económico actual. Y la crisis del neoliberalismo y de las ideologías que buscaron su apoyo intelectual en algunas universidades, no supone, por lo menos hasta ahora, que se cuestione radicalmente la presión económica sobre la universidad. La creación de las universidades de empresa, aunque realmente no lo sean, sino simplemente suplanten ese calificativo para centros de formación profesional (lo curioso es que esto haya sucedido en el mismo país en que Humbodt inició la universidad moderna) no es sino un síntoma más de la perversión en la comprensión de la misión de la universidad.

El resultado ha sido la marginación de la cultura humanística, incluso llegando a pedirse - sobre todo por políticos obsesionados por un utilitarismo economicista miope, por motivos de ahorro ante las crisis económicas, que el Estado deje de apoyar las mismas facultades de humanidades. Aunque el cientificismo que marcó los inicios de la moderna teoría de la ciencia, y la epistemología de la primera parte del siglo XX tuviera que reconocer luego su incapacidad para imponer como metodología exclusiva la de las ciencias modernas, el ataque actual va más al mismo núcleo de la universidad occidental tal como se desarrolló históricamente hasta el día de hoy. Si se destruyera el espíritu de integración de saberes, que exige una visión meta-científica, lo que desaparecería sería la misma universidad.

A esto hay que añadir, recuerda Morin, que en la vida y en la historia, la super-adaptación a las condiciones externas, no ha sido jamás signo de vitalidad, sino de senescencia primero y de muerte después, porque el organismo super-adaptado pierde su misma substancia creatriz e inventora y así no puede luego seguir adaptándose a nuevos cambios. Este es el peligro que acecha a nuestra sociedad moderna occidental tras siglos de progresiva diferenciación funcional, como diagnosticó Luhmann, pues esa diferenciación del sistema sociedad en subsistemas parciales (derecho, economía, ciencia, religión, arte son los más fáciles de identificar) ha posibilitado, como toda división del trabajo y especialización, innegables avances en la industrialización y el surgimiento de la moderna organización estatal de los pueblos; pero al mismo tiempo llevó a la marginación, a unas disciplinas especiales con mínimo influjo social, del cultivo de la dimensión humanista.

Otro síntoma del proceso de desintegración interna es la separación de las culturas humanista y científica, sobre todo de la marcada por una ciencia esclava de intereses económicos (por ejemplo, en la investigación farmacológica que olvida el desarrollo de medicamentos para minorías, pues faltaría rentabilidad a la inversión), un desarticular el todo que viene acompañado además por una departamentalización que crea compartimentos estancos entre ciencias o disciplinas -muchas veces sin fundamentar dichas diferenciaciones de forma “científica”. Mientras que todo gerente empresarial comprende la importancia y necesidad de la comunicación interdepartamental (por ejemplo, al organizar proyectos que agrupan unidades funcionales muy diversas, precisamente para enfrentarse con las tareas más complejas), la universidad apenas toma conciencia de la necesidad del trabajo interdisciplinar. Se respetan supuestas fronteras intocables entre disciplinas científicas, y desde luego, se respeta religiosamente la separación total entre cultura humanista y cultura científica.

La incomunicación entre ambas culturas arrastra graves consecuencias para ambas. La cultura humanista conserva y valora las obras del pasado. La cultura científica sólo valora lo presente, y muchas veces, olvidando el dicho de Machado, “todo necio confunde valor y precio”, sólo valora lo que conduce a mejorar el rendimiento económico. Pero la cultura humanista estaba abierta a horizontes más amplios, abarcaba la filosofía, como aprendizaje de saberes para vivir, para mejorar la calidad de vida social, o el estudio crítico de los problemas sociales (como se practicó en la llamada Escuela de Francfort), o el cultivo de la literatura y las artes. En ese horizonte era posible un pensamiento abierto al tratamiento del problema que es el mismo existir humano como individuo y como sociedad.

Entre los otros factores de la crisis hay que considerar el influjo de la cosmovisión imperante, y no sólo en la economía, sino que es algo que influye en la forma de observar otros segmentos de nuestra actividad humana. La cultura actual, en su definición de los horizontes de entender ciencia y economía, está aquejada por las consecuencias de una ideología individualista. Un individualismo entre cuyas raíces tenemos la visión pesimista – a su vez arraigada en una concepción religiosa, la del calvinismo- tal como se manifestó en Hobbes (homo homini lupus) y que el discípulo de otro convencido del valor de la espada sobre el de la razón, Donoso Cortés transmitió a Carl Schmitt. El profesor de Bonn recibió y propagó esa visión cuando justificó filosófica y jurídicamente el totalitarismo nazi. Pero los fascismos policiales-militares van siendo sustituídos por el ya mencionado dominio de la economía que se autocomprende dentro de ese paradigma de individualismo, que en sus extremos llega al llamado darwinismo social.

El pensador italiano Esposito nos da un claro diagnóstico de esa forma de ver a partir del contraste entre la idea de la Inmunitas (vacunados contra el Otro), y la vieja concepción de la Communitas - cum + munus: tener una misión común, concepto latino que está en el origen y da sentido al concepto de comunicación. Podemos resumir esta tensión entre las dos visiones, como la lucha entre una ideología que sitúa como valor supremo la libre competencia en que el más fuerte devora o utiliza al débil -la tesis del darwinismo social-; y la tendencia contraria que sitúa primero la justicia y el respeto absoluto al otro, a un otro que jamás debemos utilizar como instrumento: el mismo término “recursos humanos”, tiene esa connotación negativa y es sintomático del dominio de la cosmovisión dominante en que el otro es primariamente visto como medio, como instrumento, no como fin en si.

Lógicamente, esta cultura científicista es el horizonte en que, como ya sucedió en los totalitarismos políticos, y ahora en ese totalitarismo de la Economía, se favorecen formas de ver la realidad estrechamente ligadas al interés individual de los poderosos económicamente, y es una cultura que en su daltonismo mental es incapaz de ver el valor de la reflexión crítica  que lleva a plantear, en profundidad y admitiendo la irrebasable complejidad de nuestro existir, las cuestiones esenciales a la vida humana.

Podemos encontrar algunas tentativas de superar esta situación. Las disciplinas de la Sociología han buscado, parcialmente, tender puentes sobre el creciente abismo entre ambas culturas, pero las mismas instituciones universitarias, en su actual pérdida de conciencia de su misión, de aquella doble misión que tuvieron desde sus orígenes, no facilitan una infraestructura adecuada a esos esfuerzos.
Por estas circunstancias, que seleccionamos con Morin como las más relevantes, hay que constatar la necesidad de un cambio en la misma forma de plantear el problema de la reforma de la universidad.

La universidad medieval buscó coherencia entre sus saberes. Las obras de sus pensadores se llamaban “summae”, compendios coherentes de los saberes. Los saberes y conocimientos actuales están dispersos, aislados en contenedores bien cerrados.
Junto a la sociología podemos identificar otra base para replantearnos la cuestión de la decadencia de la universidad. Es el del desafío ecológico. Junto a las amenazas a la vida comun derivadas del modo de vida tecnificado de la sociedad moderna, el reto medioambiental nos obliga a repensar, de forma interdisciplinar, los problemas actuales. Es, quizá, un comienzo de una nueva forma de enfocar, poli-disciplinarmente (en actitud de pensamiento plural, algo que siempre el dogmático estigmatiza como amenaza de relativismo), aquellos problemas cuyo tratamiento desborda las posibilidades de una disciplina aislada. Morin afirma, puede que con demasiado optimismo, que está en curso una reorganización de la forma de desarrollar conocimientos. Una forma en que la categoría central es la del adecuado tratamiento de la complejidad.


Los ecosistemas en la tierra, en primer lugar la bioesfera, plantean problemas para la nueva ecología interdisciplinar. Lo mismo sucede con el descubrimiento de los procesos de creación y de destrucción de los grandes sistemas galácticos que estudia la cosmología. En todas estas ramas del saber más moderno se constata la necesidad de la interdisciplinariedad o transdisciplinariedad.
Algo similar sucede con el estudio de los problemas sociales, las antiguas políticas comprendidas como simples artes para asegurar el dominio de unos sobre otros tienen un foco demasiado estrecho, son formas inadecuadas para la observación de la compleja realidad social. Esto es, las ideas políticas como las de los nacionalismos surgidos en el Romanticismo, los mismos que fueron la cuna de los fascismos destructivos de la primera mitad del siglo XX, y que en parte se han conservado en ideas pseudo-revolucionarias de nuevos nacionalismos antidemocráticos como sucede en el caso de la política de Chavez o seguidores populistas en otros países, son totalmente obsoletas. Responden a planteamientos explicables quizá en el siglo XIX, y su propagación con mendaces lemas de apertura al futuro son fáciles de desenmacarar como pura demagogia que no resiste la más simple observación crítica desde una cultura universitaria. Recordemos que uno de los impulsores de estas tendencias pedía “alpargatas si, libros no”. Los problemas del subdesarrollo ni se plantean, ni pueden ser soluconados desde planteamientos marcados por la irracionalidad, o desde una ideología supuestamente revolucionaria, exigen una observación analítica que sólo será posible desde el nivel de conocimientos integrados generados en la universidad.

Hay que considerar aquí que la estructura sistémica de los problemas exige un modo de observarlos que derribe las barreras interdepartamentales. Los nuevos desafíos, desde la naturaleza en el caso del ecológico, y desde la sociedad, en el caso de los problemas sociales, exigen superar la habitual especialización y la mencionada compartamentalización de los saberes. Piden una nueva forma de pensar, interdisciplinar, traspasando fronteras.

El “pensamiento lineal”, el orientado a analizar sólo la causalidad unilineal (como analiza en sus obras Dörner), debe ser reemplazado por una meta-observación de las causalidades en bucles multi-lineales o multi-referenciales. Oreo sociólogo-filósofo de la complejidad, Niklas Luhmann, hablaba a este respecto de la necesidad de superar el esquema lógico clásico (con su principio, aristotélico, del Tertium Exclusum) y aceptar que la realidad puede ser comprendida desde distintas lógicas. Para ello habrá que llegar a utilizar distintas lógicas, lógicas propias de cada contexto, lógicas poli-contexturales; una idea iniciada por Gothard Günther (uno de los primeros colaboradores en los desarrollos de la Inteligencia Artificial) que va más allá de la de las lógicas polivalentes. La complejidad de lo real es de grado tal que sólo podremos intentar acercamientos parciales, en distintas lógicas, y avanzar lentamente en la construcción de modelos y teorías también parciales.
Los conservadores en pensamiento filosófico creen que sólo existe la lógica binaria aristotélica, que todo ataque a estas bases lleva al relativismo, que sin presuponer que podemos obtener certezas “absolutas” es imposible todo avance en el conocer. Pero estas inferencias sólo son válidas desde una de las posibles lógicas contexturales. La crítica moderna a las ideologías ha mostrado en múltiples análisis la tesis que anticipó K. Marx al intuir que la infraestructura social condiciona las construcciones de los sistemas de ideas o superestructuras mentales, ideologías no fundamentadas racionalmente, pero que legitiman dichas infraestructuras,

Admitir la complejidad supone pues, a nivel epistemológico, la necesidad de ir más allá del paradigma de la filosofía perenne. Sustituir pretensiones de posesión de verdades absolutas por el, humilde - en el sentido más estricto - reconocimiento de la limitación de nuestros procesos cognoscititivos. Esta admisión de límites inmuniza contra todo fundamentalismo, también contra el fundamentalismo que por ejemplo se manifiesta en las doctrinas económicas neoliberales con sus dogmas sobre la hiper-competencia libre, o su fe en que el mercado sigue bien conducido por “la mano invisible”, que finalmente de los egoismos individuales sabe sacar el bien común, el bienestar de las naciones como creía todavía el moralista Adam Smith.

Donde Morin percibe la necesidad de admitir un pensar que integre visiones antagónicas para complementarlas, en la terminología de Luhmann-Gotthard Günther se habla de esas lógicas contextuales o parciales. Y ambos propugnan una reforma de los modos de pensar. Sólo así podrá frenarse la regresión de la democracia, pues aparte de los problemas de la organización por partidos (en su forma actual totalmente obsoleta), si el poder real está monopolizado por fuerzas económicas totalmente incontroladas por la población, la democracia oficial va convirtiéndose en mera fachada que encubre un sistema esencialmente no democrático.

Este cambio en la forma de pensar posibilitará además frenar el poder creciente de los especialistas, tecnócratas en cuyo campo de visión desaparecen las necesidades humanas, y que progresivamente desplazan de la arena política al ciudadano que se ve condenado a aceptar las decisiones de los que pretenden conocer el mejor modo de tratar los problemas de la sociedad, pero que realmente son aquellos ciegos que guían a ciegos de que hablaba la tradición cristiana. Creen dominar un problema simplemente por haberlo redefinido simplificando su complejidad, su contextualidad y las lógicas propias de cada contexto. El caso más hiriente se ha vivido y se sigue viviendo en esta crisis económica global. Ante los efectos del estallido de la burbuja especulativa, que se calcula que como mínimo manejaba un valor nominal de unos ciento cincuenta billones $, frente a una economía real valorada en un tercio de dicha suma; los expertos siguen en su fundamentalismo neoliberal, que sólo reconoce un motor para la dinámica de la economía, incapaces de reconocer la limitación de sus conocimientos, indicando vías de solución que sólo traspasan los daños producidos precisamente a aquellos que menos contribuyeron a generar esa situación.

Pero el “desarrollo” real, en primer lugar, como espacio para una mejora de la calidad integral de vida, sólo es posible si los conocimientos especializados se integran en un nuevo tipo de saber. En lugar del principio de la especializacion: diferenciar para conocer, es preciso llegar a integrar lo diferenciado. Para eso no basta una superficial democratización de la enseñanza superior, como la que todavía creen algunos se logra simplemente con la gratuidad de las matrículas. Lo que necesitamos es un nuevo paradigma, para usar el concepto introducido por Kuhn, que permita mejorar las mismas competencias en organizar el conocimiento. Cuando Humboldt modificó el sistema de las enseñanzas, las exigencias de la sociedad eran bien distintas de las de hoy -aparte de que su reforma incorporó el modelo organizativo de la burocracia que ya entonces presentaba enormes deficiencias.
Hoy nos encontramos en un entorno muy distinto, sobre todo en la forma de comprendernos a nosotros mismos. Los hijos de la Ilustración podían sentir más optimismo pues habían visto como aquellas ideas aportaban, aunque con efectos negativos tales como se manifestaron en la Revolución Francesa (lo que llevó a De Maistre, Bonald, Donoso y otros a sus posiciones restauradoras), tiempos de mayor libertad. Las soluciones organizativas dadas entonces a los problemas de la formación superior no pueden ser ya las mismas. Cambiar las estructuras de la universidad requiere reformar primero la forma de pensar de los que deciden sobre su rumbo. Pero un cambio de modos de comprender la misma misión y acción de la universidad exige formar esos espíritus. Y eso requeriría haber modificado ya la institución que los forma. Hay que educar al educador, hay que investigar cómo investigar nuevas formas de conservar, desarrollar innovando y transmitir saberes a las nuevas generaciones.

Parece que nos enfrentamos a paradojas insuperables, a círculos viciosos sin salida. Pero esa paradoja surge sólo si aplicamos nuestra lógica cotidiana bivalente. Precisamente la reflexión sobre la complejidad nos lleva a superar esa forma de ver reduccionista, en que la paradoja no tiene solución. La vida, como dice Morin, se burla de esas dificultades. Lo que vamos entreviendo sucedió a lo largo de la evolucíón confirma que la misma vida supo siempre superar toda clase de dificultades. Pero el ser humano es racional y debe plantearse este problema sin falsear su dificultad, pero al mismo tiempo buscando qué factores o fuerzas podrán ayudarnos a conseguir esos cambios en la forma de enfrentarnos con la realidad.
La situación crítica en que se encuentra hoy la universidad, como declaraba en su informe anual de 1986 el presidente de la Harvard: “ni el juego normal de la competitividad, ni los esfuerzos deliberados de reformadores externos han podido garantizar un alto nivel de la actividad de la universidads. En definitiva, esta tarea vital, la de su renovación, recae sobre la misma universidad”. Es decir, hay que apelar al llamado dilema de Münchhausen, aquel barón alemán que, según mentía a sus maravillados oyentes, logró salvarse cuando cayó en arenas movedizas… tirando él mismo de su pelo trenzado.
Una reforma a la medida de la gravedad del paciente puede que comience con iniciativas juzgadas como aberraciones, desde la perspectiva de los que siguen aferrados a concepciones caducadas. Como se practica en el desarrollo de un proyecto desde las categorías de la ingeniería de sistemas en su fase de creatividad para busca de alternativas, uno de los puntos esenciales es la demolición de lo que antes se juzgaba sólidas bases. La actitud del que se cree saberlo todo, o del que se aferra a ideas que ya Bacon tachó de “idola menntis” es, simplemente, la actitud del necio.
Para definir más adecuadamente la situación-problema de la universidad será útil recopilar críticas y escuchar a los contestatarios externos. Pero más importante aún es llegar al cuestionamiento total desde dentro del mismo sistema. La Estoa, como vemos en Séneca, recomendaba una Askese radical, y traduciendo el profundo sentido del concepto griego, describía ese esfuerzo personal como “exercitia spiritualia”, un ejercitarse día a día que tenía como centro el examen de las propias actitudes y formas de comprender la vida, pues son éstas las que nos impiden superar dos tipos de obstáculos a la felicidad: los que dependen de nosotros, y que por tanto podemos corregir para reducir el sufrimiento, y los que no dependen de nosotros y a los que hemos de aceptar como condicionamientos y constreñimientos irrebasables. Al margen, recordemos que una todavía vigente interpretación de la “ascética”, como recomendación a preferir sufrir no es sino una deformación de la concepción inicial debida a formas también muy discutibles de interpretar la religión.
Después de los horrores de la última contienda mundial, que suelen resumirse en el término ¨Auschwitz”, incluso los teólogos de la muerte de Dios, retomando el término elegido por Nietzsche, han cuestionado la misma existencia de eso superior o fundamento y sentido último de lo real que definimos como dios o divinidad. Evidentemente es más sencillo cuestionar esas instituciones que se autodeclaran como sus representantes con la pretensión de poseer en exclusividad la única verdadera interpretación de la realidad. La psicología y mucho más la sociología cuestionan al mismo ser humano y a la sociedad. Y en esta era marcada por los avances de la ciencia y técnica quizá nos resulta más difícil problematizar el mismo progreso -aunque la progresiva toma de conciencia del problema ecológico autoprovocado por ese llamado progreso ha iniciado ya dicha problematización. Pero lo más difícil es problematizar nuestra propia capacidad racional y su producción interna de abstracciones que facilmente tomamos como espejo de la realidad.
En este cuestionamiento, más radical que el practicado en la duda metódica de Descartes - que no cuestionó la capacidad de esa razón crítica para llegar a ideas claras y certezas absolutas-, el primer punto es el que denominamos hoy, aceptación de la complejidad de lo real, en el sentido de tomar como punto de partida que esencialmente nuestro pensamiento se enfrenta con realidades que están más allá de los límites de su propia capacidad. Y en este primer punto debemos problematizar incluso lo que creemos ser esa razón y cuestionar sus productos internos como quizá meras racionalizaciones abstractas en que, en el mejor de los casos, sólo hemos llegado a entrever algún aspecto muy parcial de la realidad. Nos encontramos pues en la misma situación que aquellos ciegos de la narración hindú a los que dejaban palpar solamente una parte de un elefante, y se llegaba a contradictorias definiciones según se refirieran a la trompa, las orejas, las patas etc. que ellos, en pensamiento lineal, afirmaban definir el todo del objeto explorado.
Al recorrer posibles enfoques que ayuden a superar el paradigma u horizonte de conocimientos presuntamente ciertos, ese paradigma que hoy se derrumba, podemos referirnos a la investigación de nuestra actividad cognitiva tal como se practica ya en la “Cognition Science”, en que se integran disciplinas como la psicología, la nueva ciencia del lenguaje, la neurología etc. Y desde esa perspectiva encontramos algunas evidencias muy simples:

  1. El cerebro humano, como lo comprendió H. Simon, es un mecanismo G.S.P, "general setting problems" y "general solving problems". A mayor capacidad para captar lo general, mayor será también su capacidad para tratar problemas particulares y esto contradice al prejuicio (uno de los idola mentis de Bacon) de que el buen especialista debe renunciar a la visión de conjunto.
  2. El conocimiento avanza principalmente, no al elaborar sofisticadas formulaciones abstractas (como esos modelos de la microeconomia, totalmente alejados de la percepción de lo real, y que son inservibles, por ejemplo, al tratar problemas como la crisis global,o esos miles de presuntas investigaciones en que el formalismo de la estadística encubre la pobreza de nuevas ideas), sino por su capacidad para contextualizar y luego globalizar. 
Quien compara con la abstracción occidental los textos de los antiguos sabios chinos, como aquellos en que Mencio, de caso en caso concreto, describe lo que es una actitud ética, con las abstracciones occidentales, comprende que para llegar a esa competencia en contextualizar y globalizar es preciso superar la estrechez de miras del seducido por los innegables logros de la cultura occidental en su desarrollo de metódicas cada vez más sofisticadas. Traspasar fronteras no se reduce simplemente a la movilidad geográfica, sino exige apertura a otras formas de ver propias de culturas que hasta muy recientemente el occidental consideraba simplemente como inferiores. La vida, como se afirmaba antes, no puede super-adaptarse pues así será luego incapaz de abrirse a nuevos entornos. La inteligencia super-especializada lleva en sí misma el germen de su autodestrucción.

Por ello, la tesis que Morin infiere de este recorrido sobre la evolución de la institución universidad, es la de que sólo si se supera a sí misma, podrá reencontrar su propia esencia. Y nuestra asociación “Saberes sin Fronteras” sólo pretende contribuir, en la realmente modestia de nuestros recursos en saber, a iniciar ese auto-cuestionamiento que sirva de germen para la renovación de la universidad.

José Rodríguez de Rivera - Salta, junio 2010

Referencias:
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• Haskins, Charles Homer:. The Rise of Universities. Ithaca, New York: Cornell University Press, 1972.
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• Syed Farid Alatas: From Jami`ah to University. Multiculturalism and Christian–Muslim Dialogue. In: Current Sociology. vol 54, Nr. 1, 112–132
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miércoles, 9 de junio de 2010

Recorrido histórico sobre los comienzos de la universidad occidental



Breve recorrido histórico sobre el origen y primeros desarrollos de la institución “universidad”

En la discusión sobre la reforma de la universidad el sociólogo y filósofo francés Edgar MORIN es uno de los autores que más seriamente, en mi opinión, ha tratado estos problemas desde su enfoque sobre la complejidad de los sistemas sociales. Por ello tomo como base a estas reflexiones uno de sus trabajos sobre este campo de problemas (http://basarab.nicolescu.perso.sfr.fr/ciret/locarno/loca5c2.htm), pero inserto antes una panorámica histórica que permitirá entender mejor la función de la universidad. 


La institución “universidad”, en su configuración actual, tiene sus antecedentes en aquellos centros de cultivo del saber que surgieron en un marco religioso cuando el creyente buscó también comprender su fe. El Budismo creó en el siglo V el centro de enseñanza superior de Nalanda con más de diez mil estudiantes y mil profesores. En Constantinopla, el emperador del Imperio de Oriente, Teodosio II creaba en el 425 un centro similar bajo supervisión estatal. Existían ya cátedras de filosofía, derecho, medicina, geometría, aritmética astronomía y música. Pero la nueva institución, con 31 docentes pagados por el Estado, debía promover los llamados studia liberalia que entre otras materias abarcaban el estudio del latín y del griego. La biblioteca, promovida por el emperador, poseía 120.000 obras, y ahí se manifestaba ya una característica esencial de esta institución: conservar saberes. Posteriormente, en 849, se modificó estructuralmente el centro bajo la dirección de Bardas. Es interesante notar que junto a este centro, en Constantinopla había también diversas escuelas orientadas a la capacitación profesional, un precedente de las modernas facultades de ingeniería. En China existieron también centros similares desde tiempos muy antiguos, entre los que destacó la escuela de Shang Hsiang, pero la vida académica del celeste imperio no influyó en la occidental.
El Islam, que asimiló y desarrolló muchas instituciones y saberes del Imperio Bizantino, creó varios centros de estudios superiores, como los de Badgad y Fez, en que se reelaboró la filosofía de Grecia y del Helenismo desde la perspectiva de una religión estrictamente monoteísta, pero partiendo del supuesto de que el creador ha dado al ser humano la razón. Averroes llegó a plantear, en su tesis sobre una doble verdad, religiosa y filosófica, el complicado problema de la relación entre fe y razón. Y fue precisamente su planteamiento el que motivó luego la reflexión, sobre todo en Tomás de Aquino, sobre razón y fe - una diferencia que sólo hace pocos años modificaba el teólogo Ratzinger en la encíclica publicada por Juan Pablo II como "de fe y razón", en clara indicación de la pretensión dogmática de subordinar la razón a lo que autoritariamente se formula como interpretación de la revelación.
En la España mulsumana y en el emirato de Sicilia, surgieron los Madrazas, los centros que más influyeron sobre las universidades cristianas medievales. Puede pues afirmarse que el legado filosófico del Islam a la Europa medieval es una de las bases de la creación de las universidades de la cristiandad medieval: desde Bolonia (la más antigua, fundada en 1088) a Upsala, desde Coimbra a Praga.
Lo mismo que en el Islam, en que sus filósofos intentaron una fundamentación racional de los órdenes sociales, también en la universidad medieval encontramos desde sus comienzos la misma orientación a servir de semillero de ideas orientadas a fundamentar racionalmente esos órdenes sociales. Aquí podemos recordar el origen de la primera universidad europea en Bolonia: existía un conflicto entre las pretensiones de poder del Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y las del Sumo Pontífice en Roma, que de una u otra forma quería recuperar, basándose en discutible interpretación de la Biblia y de otras tradiciones, el rango superior que antes habían tenido los emperadores romanos, al mismo tiempo sumos pontífices , pues el mismo Imperio se presentaba como un orden político-religioso, es decir, el poder terrenal buscaba una fundamentación, no sólo en el Derecho (el gran legado de Roma) sino también en la esfera de lo divino. Los expertos en derecho, canonistas de Bolonia fueron los jueces que tuvieron que tratar el pleito emperador-Papa, y su mayoría dio la razón al emperador. Fue en agradecimiento a este servicio, como el Federico Barbarroja decretó su Athentica Habita (1158) en que estableció la absoluta libertad de la comunidad de docentes y estudiantes ante todo poder (Papal o imperial).
En un primer ordenamiento oficial por parte de la Iglesia, el Papa Alejandro III prohibió en 1179 que se impusiera pago alguno al docente por su enseñanza (licentia docendi) y les obligaba a traspasar dicha licencia a maestros bien cualificados. El derecho, Iura, siguió siendo mucho tiempo la disciplina más importante en esa primera universidad medieval desde que se inició una discusión racional, al margen de la admisión basada en creencias religiosas de los dictámenes del superior, y se trató en discusiones con argumentación jurídica el problema de las relaciones entre Estado e Iglesia. Y dentro de esta mísma, los clérigos buscaron también más autonomía ante obispos en sus escuelas capitulares. La universitas inicial era comprendida como corporación, en que al agrupar a ciertos individuos más cualificados, se creaba una contra-fuerza frente a las estructuras del poder en la universitas studiorum (corporación de todos para el estudio) o universitas magistrorum et scholarium.
En configuración similar se crearon luego las universidades de Paris (1160), Oxford (1167), Caqmbridge (1209), Palencia (1212) con una filial en Alcalá de Henares, Salamanca (1218), Montpellier (1220), Padua (1222), Toulouse (1229) y Orleans (1235). En total hubo 56 universidades en la Europa medieval.
Este rasgo, la autonomía frente al poder político, caracterizó pues, desde su comienzo a la universidad europea. Y en otra bula, pocos años después, se añadió otra característica nueva: primero para los profesores de Toulouse: el docente cualificado en una universidad tenía derecho, sin nuevas pruebas, a impartir sus enseñanzas en cualquier otra universidad (ius ubique docendi)..Bolonia y París lograron el mismo derecho gracias a una nueva bula del Papa Nicolás IV en 1292. Así surgió el magister como docente cualificado para impartir enseñanza superior.
Las primeras universidades no poseían ningún campus o espacio físico propio. Los estudiantes y docentes, que formaban esa comunidad a la que llamaron universitas, se reunían en los claustros de catedrales o monasterios, en iglesias o en casas privadas. Pero pronto, como sucedió en Cambridge se alquilaron o compraron locales para desarrollar estas actividades. 
 
Hubo tres tipos básicos de universidad. En el primero, como sucedió en Bolonia, los estudiantes pagaban a los docentes. En el segundo, en París por ejemplo, la Iglesia pagaba a los profesores. En el tercero, en Oxford y Cambridge, fue la corona, el Estado, el que asumió el coste de las actividades académicas, lo que a su vez permitió más independencia frente a monasterios y conventos, y esto facilitó a su vez, que en 1538, cuando Enrique VIII rompió con Roma y se suprimieron los monasterios, sus centros superiores pudieran seguir desarrollando su actividad de investigación y docencia.
Dichas diferencias estructurales condicionaban, a su vez, otras características: En Bolonia, los estudiantes asumían la dirección de los asuntos, lo que supuso una innegable presión sobre los docentes y consecuentes perjuicios a la libertad en investigación y docencia. En cambio, en París , la dirección recaía sobre los profesores, y esto atrajo a dicha universidad a docentes de toda Europa – no se olvide que el idioma universal en la vida académica era el latín y esto facilitaba la circulación de alumnos y docentes por toda la Cristiandad.
El estudio, que se iniciaba hacia los catorce años, exigía seis años hasta lograr el grado de bachiller, en artes (baccalaureus artium: con las siete disciplinas o artes liberales: aritmética, geometrí, astronomía, teoría musical, gramática, lógica y retórica); el bachelor inglés); y para cualificarse como magister (master inglés) se necesitaban otros doce años más. El grado de magister fue también denominado doctorado.
Los cursos no se estructuraban según temas, sino según contenidos de libros. Por ejemplo, un libro de Aristóteles o de la Biblia era la base para todo un curso. Pedro Abelardo, en Paris, escribió un texto “Sic et Non” (si y no) en que recopilaba a varios autores para facilitar así el estudio.
Existía una gran oferta de cursos y el alumno podía elegir libremente el docente cuando varios maestros trataban la misma materia, es decir, comentaban la misma obra. Por eso, muy pronto se diferenciaron distintas escuelas que lo eran de interpretación de los mismos autores. Esta forma de organizar la vida académica, a pesar de la innegable supervisión eclesiástica sobre la compatibilidad de las enseñanzas y los dogmas, abría un amplio margen de libertad al mismo alumno: éste podía asistir, ciertamente siguiendo instrucción de su tutor personal, a las lecciones impartidas en los distintos colegios mayores (generalmente diferenciados por la orden religiosa que los sostenía), y en las que podía escuchar interpretaciones de los mismos textos clásicos desde distintas escuelas de pensamiento. Frente al tomismo, derivado de las enseñanzas de Tomás de Aquino, destacó así la escuela inglesa en que primero Duns Scoto y luego Ockham iniciaron un cuestionamiento de las posiciones derivadas desde Platón y Aristóteles, y fomentaron lo que luego se iría desenvolviendo como actitud científica, siempre libre de dogmas preestablecidos. 
En su examen final, para conseguir la cualificación como magister, en un aula magna, como la que se construyó en la universidad de Alcalá, y en la que el emperador Carlos quiso sentarse entre los alumnos, no entre los docentes, el alumno defendía su “tesis” ante los cuestionamientos de los profesores de escuelas que defendían tesis contrarias – una praxis muy alejada de las exigencias de memorización y seguimiento sumiso de las enseñanzas de no pocos profesores actuales.
El alumno gozaba de protección legal, en desarrollo de aquellos privilegios que Barbarroja había concedido ya a los docentes y estudiantes de Bolonia. Sólo debía rendir cuentas a un tribunal eclesiástico y estaba prohibido aplicarle castigo físico. Es decir, en un tiempo en que cualquier ciudadano estaba prácticamente indefenso ante tribunales como la Inquisicón, los estudiantes y docentes gozaban de una libertad que incluso les permitía quebrantar impunemente las leyes locales. Dado que no pocos cometían así delitos graves se produjeron tensiones con las autoridades civiles. Los estudiantes también organizaban huelgas contra la autoridad civil, como la de 1229 en París, en que tras ciertos choques con la autoridad en que murieron varios estudiantes, la universidad estuvo dos años en huelga. La tensión entre estudiantes y ciudadanos, y la censura eclesiástica (que por ejemplo llegó a la condena de las obras de Santo Tomás de Aquino) fuer precisamente uno de los motivos para buscar autonomía a la nueva institución. Inicialmente se copió así el modelo de los “gremios”, institucionalmente auto-regulados, y este fue uno de las metas por las que luchó Pedro Abelardo en la universidad de París. La bula del Papa Gregorio IX, Parens Scientiarum (1231) concedía al ya antes existente studium generale y a la nueva universitas (comunidad de docnetes y estudiantes) la autonomía que previamente había concedido Barbarroja a la universidad de Bolonia. Conseguir esta independencia frente al poder eclesiástico o el poder real fue verdaderamente un paso revolucionario.
Ciertamente, condicionado por el horizonte mental del tiempo, la comprensión de la vida social y del papel del varón y la mujer en aquellos tiempos era la que imperaba en la Iglesia, y lo mismo que la mujer, según el derecho canónico no podía disfrutar del estado legal del monje, tampoco podía estudiar en la universidad.
De estos tiempos podemos inferir como elementos esenciales de la vida universitaria el de la autonomia de la institución y el de la conservación y al mismo tiempo desarrollo de esos saberes. En una universidad medieval habrían sido incomprensibles leyes como las promulgadas por los ministerios del estado español dictaminando qué materias deben ser “troncales a nivel nacional”, o pasar a reglamentaciones dictadas por funcionarios en que éstos deciden si el profesor debe enseñar cálculo diferncial. Por otra parte, la praxis de la elección del docente, tras los largos años para llegar a obtener su título de bachiller, primero, y luego de magister, no tiene nada que ver con esa supuesta democratización de la universidad en que representantes de los alumnos no graduados pueden co-decidir sobre la cualificación de un futuro docente (algo que es frecuente en la universidad argentina) – por no hablar del nombramiento de los rectores, personas a las que ni siquiera se exige ya la cualificación de doctor.
El conocimiento de la praxis universitaria en sus orígenes, debería pues incentivar la reflexión sobre los puntos básicos a reformar en la praxis actual. 

José Rodríguez de Rivera 


viernes, 4 de junio de 2010

Foro de discusión sobre la Universidad









La ONG - Saberes Sin Fronteras (http://ong-saberes-sin-fronteras.com), que está en fase preparatoria, abre este foro de discusión a todos los interesados en la reforma de la universidad.

 Nuestra asociación se ha creado desde la convicción de que la FORMACIÓN será el factor esencial para el desarrollo de los pueblos latinoamericanos. En lugar de aquel dicho "alpargatas sí, libros no" de cierto populista, de cuyo nombre querríamos olvidarnos, con el que demagógicamente se buscaba sólo el apoyo de las masas, nuestro lema es desarrollo a través de la formación.

 Hablamos de formación en contraposición a la simple capacitación especializada para el ejercicio de una profesión, pues creemos que sólo si se llega a formar la persona integralmente, al estilo de la antigua Paideia de los griegos, podremos tener también personas con capacidad de juicio crítico, vacunados contra las ideologías de todo tipo (políticas, sectarias, fundamentalistas etc.) y preparados a vivir según los principios de toda auténtica "Comunidad" (y aquí me remito a los estudios de Esposito sobre la diferencia entre Communitas e Inmunitas), es decir, en un horizonte de comprensión de la realidad humana que supere actitudes como las del individualismo, la idea hobbesiana recogida luego por Carl Schmitt de que la vida política sólo es lucha entre enemigos a muerte, o las ideas del neoliberalismo extremo que ha llevado a este mundo globalizado al borde de una catástrofe total.
 Y hablamos de "saberes", en lugar de conocimientos o ciencias, para recuperar la vieja comprensión de la Filosofía, como amor a la sabiduría. También aquí remito a otro autor actual, Pierre Hadot, en su obra sobre Qué es la Filosofía. Los saberes para la vida tienen un ámbito más amplio que las disciplinas científicas especializadas. En el llamado "Studium Generale" de las universidades alemanas, o en las clases del College de France (como las de M. Foucault), se pretendía precisamente guiar a los participantes en su búsqueda de esos saberes fundamentales.
 Nuestra asociación no se limitará a impartir cursos o conferencias, en el espacio virtual también, sino quiere crear un espacio más para el diálogo constructivo, con sólida fundamentación en la metodología científica, sobre el desarrollo de los saberes y la formación de todos - primariamente nuestra actividad se dirige a los que ya concluyeron sus estudios.
 La Universidad, desde sus comienzos en aquella Bolonia medieval, donde los letrados discutían las bases de la rivalidad Papa - Emperador, ha buscado fundamentar racionalmente argumentos, tesis, y doctrinas. La universidad fue denominada "alma mater", madre que alimenta las inteligencias.

 Pero hoy, desgraciadamente, en muchas universidades se eligen sus dirigentes, no según méritos académicos o intereses por la ciencia o la enseñanza superior, sino por motivos de políticas miopes. En una reciente entrevista al nuevo rector de una universidad del noroeste argentino, el concepto de "investigación" aparecía sólo en sentido policiaco: la periodista interrogaba al recien nombrado acerca de eventuales investigaciones sobre posibles infracciones de distinto orden en los anteriores responsables. Esto es sólo uno de mil síntomas de una situación claramente patológica del mismo sistema universitario. Se olvidó que la universidad debe generar saber y difundirlo, en primer lugar en el diálogo entre los docentes y alumnos.

La reforma de la universidad es el primer paso para garantizar ese tan necesario proceso de generación de saberes, de ideas que permitan renovar estos países, tan ricos en factores naturales y humanos, pero en los que por muchos motivos - y no sólo por el dominio de una clase sobre otras - la inadecuada organización de muchos de sus sistemas sociales es hoy por hoy el principal freno al desarrollo. No tengo que recordar que los estudios de la UNESCO muestran una clara correlación entre nivel y gasto en formación, y nivel de vida de un pueblo.

 Muchas veces buscamos en primer lugar SOLUCIONES a los problemas, sobre todo a los que más nos apremian, sin embargo, lo urgente nos bloquea a percibir lo importante. Y lo más importante es lograr DEFINIR los PROBLEMAS.
Ya lo vieron los antiguos, el comienzo de la sabiduría está la toma de conciencia del no-saber. Y lo más esencial en la investigación es identificar  las fronteras del conocimiento, cuestionar lo que presuntamente sabíamos, pues sólo así podremos avanzar esas fronteras, no aplicando a nuevos casos doctrinas o teorías posiblemente obsoletas o inadecuadas para enfocar mejor el planteamiento de los nuevos problemas. Las quejas de muchos ante la ineficiencia de los que tienen más responsabilidad para enfrentarnos con la crisis globalizada ponen de manifiesto las carencias, en primer lugar, debidas a las limitaciones de los saberes prácticos de dichas personas y grupos.

 Para contribuir al DESARROLLO, a la mejora de la calidad de vida, en los pueblos latinoamericanos, esperamos su participación en este foro abierto, es decir, esperamos sus aportaciones a la DEFINICIÓN de los problemas más relevantes con que se enfrentan hoy nuestros centros de enseñanza superior. Gracias por anticipado.

 José Rodríguez de Rivera