miércoles, 9 de junio de 2010

Recorrido histórico sobre los comienzos de la universidad occidental



Breve recorrido histórico sobre el origen y primeros desarrollos de la institución “universidad”

En la discusión sobre la reforma de la universidad el sociólogo y filósofo francés Edgar MORIN es uno de los autores que más seriamente, en mi opinión, ha tratado estos problemas desde su enfoque sobre la complejidad de los sistemas sociales. Por ello tomo como base a estas reflexiones uno de sus trabajos sobre este campo de problemas (http://basarab.nicolescu.perso.sfr.fr/ciret/locarno/loca5c2.htm), pero inserto antes una panorámica histórica que permitirá entender mejor la función de la universidad. 


La institución “universidad”, en su configuración actual, tiene sus antecedentes en aquellos centros de cultivo del saber que surgieron en un marco religioso cuando el creyente buscó también comprender su fe. El Budismo creó en el siglo V el centro de enseñanza superior de Nalanda con más de diez mil estudiantes y mil profesores. En Constantinopla, el emperador del Imperio de Oriente, Teodosio II creaba en el 425 un centro similar bajo supervisión estatal. Existían ya cátedras de filosofía, derecho, medicina, geometría, aritmética astronomía y música. Pero la nueva institución, con 31 docentes pagados por el Estado, debía promover los llamados studia liberalia que entre otras materias abarcaban el estudio del latín y del griego. La biblioteca, promovida por el emperador, poseía 120.000 obras, y ahí se manifestaba ya una característica esencial de esta institución: conservar saberes. Posteriormente, en 849, se modificó estructuralmente el centro bajo la dirección de Bardas. Es interesante notar que junto a este centro, en Constantinopla había también diversas escuelas orientadas a la capacitación profesional, un precedente de las modernas facultades de ingeniería. En China existieron también centros similares desde tiempos muy antiguos, entre los que destacó la escuela de Shang Hsiang, pero la vida académica del celeste imperio no influyó en la occidental.
El Islam, que asimiló y desarrolló muchas instituciones y saberes del Imperio Bizantino, creó varios centros de estudios superiores, como los de Badgad y Fez, en que se reelaboró la filosofía de Grecia y del Helenismo desde la perspectiva de una religión estrictamente monoteísta, pero partiendo del supuesto de que el creador ha dado al ser humano la razón. Averroes llegó a plantear, en su tesis sobre una doble verdad, religiosa y filosófica, el complicado problema de la relación entre fe y razón. Y fue precisamente su planteamiento el que motivó luego la reflexión, sobre todo en Tomás de Aquino, sobre razón y fe - una diferencia que sólo hace pocos años modificaba el teólogo Ratzinger en la encíclica publicada por Juan Pablo II como "de fe y razón", en clara indicación de la pretensión dogmática de subordinar la razón a lo que autoritariamente se formula como interpretación de la revelación.
En la España mulsumana y en el emirato de Sicilia, surgieron los Madrazas, los centros que más influyeron sobre las universidades cristianas medievales. Puede pues afirmarse que el legado filosófico del Islam a la Europa medieval es una de las bases de la creación de las universidades de la cristiandad medieval: desde Bolonia (la más antigua, fundada en 1088) a Upsala, desde Coimbra a Praga.
Lo mismo que en el Islam, en que sus filósofos intentaron una fundamentación racional de los órdenes sociales, también en la universidad medieval encontramos desde sus comienzos la misma orientación a servir de semillero de ideas orientadas a fundamentar racionalmente esos órdenes sociales. Aquí podemos recordar el origen de la primera universidad europea en Bolonia: existía un conflicto entre las pretensiones de poder del Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y las del Sumo Pontífice en Roma, que de una u otra forma quería recuperar, basándose en discutible interpretación de la Biblia y de otras tradiciones, el rango superior que antes habían tenido los emperadores romanos, al mismo tiempo sumos pontífices , pues el mismo Imperio se presentaba como un orden político-religioso, es decir, el poder terrenal buscaba una fundamentación, no sólo en el Derecho (el gran legado de Roma) sino también en la esfera de lo divino. Los expertos en derecho, canonistas de Bolonia fueron los jueces que tuvieron que tratar el pleito emperador-Papa, y su mayoría dio la razón al emperador. Fue en agradecimiento a este servicio, como el Federico Barbarroja decretó su Athentica Habita (1158) en que estableció la absoluta libertad de la comunidad de docentes y estudiantes ante todo poder (Papal o imperial).
En un primer ordenamiento oficial por parte de la Iglesia, el Papa Alejandro III prohibió en 1179 que se impusiera pago alguno al docente por su enseñanza (licentia docendi) y les obligaba a traspasar dicha licencia a maestros bien cualificados. El derecho, Iura, siguió siendo mucho tiempo la disciplina más importante en esa primera universidad medieval desde que se inició una discusión racional, al margen de la admisión basada en creencias religiosas de los dictámenes del superior, y se trató en discusiones con argumentación jurídica el problema de las relaciones entre Estado e Iglesia. Y dentro de esta mísma, los clérigos buscaron también más autonomía ante obispos en sus escuelas capitulares. La universitas inicial era comprendida como corporación, en que al agrupar a ciertos individuos más cualificados, se creaba una contra-fuerza frente a las estructuras del poder en la universitas studiorum (corporación de todos para el estudio) o universitas magistrorum et scholarium.
En configuración similar se crearon luego las universidades de Paris (1160), Oxford (1167), Caqmbridge (1209), Palencia (1212) con una filial en Alcalá de Henares, Salamanca (1218), Montpellier (1220), Padua (1222), Toulouse (1229) y Orleans (1235). En total hubo 56 universidades en la Europa medieval.
Este rasgo, la autonomía frente al poder político, caracterizó pues, desde su comienzo a la universidad europea. Y en otra bula, pocos años después, se añadió otra característica nueva: primero para los profesores de Toulouse: el docente cualificado en una universidad tenía derecho, sin nuevas pruebas, a impartir sus enseñanzas en cualquier otra universidad (ius ubique docendi)..Bolonia y París lograron el mismo derecho gracias a una nueva bula del Papa Nicolás IV en 1292. Así surgió el magister como docente cualificado para impartir enseñanza superior.
Las primeras universidades no poseían ningún campus o espacio físico propio. Los estudiantes y docentes, que formaban esa comunidad a la que llamaron universitas, se reunían en los claustros de catedrales o monasterios, en iglesias o en casas privadas. Pero pronto, como sucedió en Cambridge se alquilaron o compraron locales para desarrollar estas actividades. 
 
Hubo tres tipos básicos de universidad. En el primero, como sucedió en Bolonia, los estudiantes pagaban a los docentes. En el segundo, en París por ejemplo, la Iglesia pagaba a los profesores. En el tercero, en Oxford y Cambridge, fue la corona, el Estado, el que asumió el coste de las actividades académicas, lo que a su vez permitió más independencia frente a monasterios y conventos, y esto facilitó a su vez, que en 1538, cuando Enrique VIII rompió con Roma y se suprimieron los monasterios, sus centros superiores pudieran seguir desarrollando su actividad de investigación y docencia.
Dichas diferencias estructurales condicionaban, a su vez, otras características: En Bolonia, los estudiantes asumían la dirección de los asuntos, lo que supuso una innegable presión sobre los docentes y consecuentes perjuicios a la libertad en investigación y docencia. En cambio, en París , la dirección recaía sobre los profesores, y esto atrajo a dicha universidad a docentes de toda Europa – no se olvide que el idioma universal en la vida académica era el latín y esto facilitaba la circulación de alumnos y docentes por toda la Cristiandad.
El estudio, que se iniciaba hacia los catorce años, exigía seis años hasta lograr el grado de bachiller, en artes (baccalaureus artium: con las siete disciplinas o artes liberales: aritmética, geometrí, astronomía, teoría musical, gramática, lógica y retórica); el bachelor inglés); y para cualificarse como magister (master inglés) se necesitaban otros doce años más. El grado de magister fue también denominado doctorado.
Los cursos no se estructuraban según temas, sino según contenidos de libros. Por ejemplo, un libro de Aristóteles o de la Biblia era la base para todo un curso. Pedro Abelardo, en Paris, escribió un texto “Sic et Non” (si y no) en que recopilaba a varios autores para facilitar así el estudio.
Existía una gran oferta de cursos y el alumno podía elegir libremente el docente cuando varios maestros trataban la misma materia, es decir, comentaban la misma obra. Por eso, muy pronto se diferenciaron distintas escuelas que lo eran de interpretación de los mismos autores. Esta forma de organizar la vida académica, a pesar de la innegable supervisión eclesiástica sobre la compatibilidad de las enseñanzas y los dogmas, abría un amplio margen de libertad al mismo alumno: éste podía asistir, ciertamente siguiendo instrucción de su tutor personal, a las lecciones impartidas en los distintos colegios mayores (generalmente diferenciados por la orden religiosa que los sostenía), y en las que podía escuchar interpretaciones de los mismos textos clásicos desde distintas escuelas de pensamiento. Frente al tomismo, derivado de las enseñanzas de Tomás de Aquino, destacó así la escuela inglesa en que primero Duns Scoto y luego Ockham iniciaron un cuestionamiento de las posiciones derivadas desde Platón y Aristóteles, y fomentaron lo que luego se iría desenvolviendo como actitud científica, siempre libre de dogmas preestablecidos. 
En su examen final, para conseguir la cualificación como magister, en un aula magna, como la que se construyó en la universidad de Alcalá, y en la que el emperador Carlos quiso sentarse entre los alumnos, no entre los docentes, el alumno defendía su “tesis” ante los cuestionamientos de los profesores de escuelas que defendían tesis contrarias – una praxis muy alejada de las exigencias de memorización y seguimiento sumiso de las enseñanzas de no pocos profesores actuales.
El alumno gozaba de protección legal, en desarrollo de aquellos privilegios que Barbarroja había concedido ya a los docentes y estudiantes de Bolonia. Sólo debía rendir cuentas a un tribunal eclesiástico y estaba prohibido aplicarle castigo físico. Es decir, en un tiempo en que cualquier ciudadano estaba prácticamente indefenso ante tribunales como la Inquisicón, los estudiantes y docentes gozaban de una libertad que incluso les permitía quebrantar impunemente las leyes locales. Dado que no pocos cometían así delitos graves se produjeron tensiones con las autoridades civiles. Los estudiantes también organizaban huelgas contra la autoridad civil, como la de 1229 en París, en que tras ciertos choques con la autoridad en que murieron varios estudiantes, la universidad estuvo dos años en huelga. La tensión entre estudiantes y ciudadanos, y la censura eclesiástica (que por ejemplo llegó a la condena de las obras de Santo Tomás de Aquino) fuer precisamente uno de los motivos para buscar autonomía a la nueva institución. Inicialmente se copió así el modelo de los “gremios”, institucionalmente auto-regulados, y este fue uno de las metas por las que luchó Pedro Abelardo en la universidad de París. La bula del Papa Gregorio IX, Parens Scientiarum (1231) concedía al ya antes existente studium generale y a la nueva universitas (comunidad de docnetes y estudiantes) la autonomía que previamente había concedido Barbarroja a la universidad de Bolonia. Conseguir esta independencia frente al poder eclesiástico o el poder real fue verdaderamente un paso revolucionario.
Ciertamente, condicionado por el horizonte mental del tiempo, la comprensión de la vida social y del papel del varón y la mujer en aquellos tiempos era la que imperaba en la Iglesia, y lo mismo que la mujer, según el derecho canónico no podía disfrutar del estado legal del monje, tampoco podía estudiar en la universidad.
De estos tiempos podemos inferir como elementos esenciales de la vida universitaria el de la autonomia de la institución y el de la conservación y al mismo tiempo desarrollo de esos saberes. En una universidad medieval habrían sido incomprensibles leyes como las promulgadas por los ministerios del estado español dictaminando qué materias deben ser “troncales a nivel nacional”, o pasar a reglamentaciones dictadas por funcionarios en que éstos deciden si el profesor debe enseñar cálculo diferncial. Por otra parte, la praxis de la elección del docente, tras los largos años para llegar a obtener su título de bachiller, primero, y luego de magister, no tiene nada que ver con esa supuesta democratización de la universidad en que representantes de los alumnos no graduados pueden co-decidir sobre la cualificación de un futuro docente (algo que es frecuente en la universidad argentina) – por no hablar del nombramiento de los rectores, personas a las que ni siquiera se exige ya la cualificación de doctor.
El conocimiento de la praxis universitaria en sus orígenes, debería pues incentivar la reflexión sobre los puntos básicos a reformar en la praxis actual. 

José Rodríguez de Rivera 


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