miércoles, 23 de junio de 2010

"Ilustración" y emancipación por la Formación

Es evidente la complejidad del tema: funciones y problemas de la formación si entendemos aquí ese concepto como trabajo en y con la persona para mejorar sus competencias, no sólo profesionales, sino también en otras dimensiones como es su capacidad de comunicarse adecuadamente, tomar decisiones aún en situaciones de estrés, o su capacidad crítica que le libere de ser fácil presa de curanderos, predicadores evangelistas o de otro tipo etc. 
 La complejidad del tema, entre otros motivos, se deriva de la multidimensionalidad del proceso continuado formación
En esta aportación sólo quiero, sin entrar en disquisiciones académicas, exponer una de esas dimensiones: de la adquisición de la competencia en cuestionar  racionalmente presuntas verdades - mitos de antaño, prejuicios de todo tipo, dogmas religiosos, tesis o programas ideológicos, etc. - que contribuyen a mantener al individuo como no-adulto, sumiso por tanto a otros poderes. 
 Sin esa competencia, la de ser capaz uno mismo, no porque se lo imponga ésta o aquella presunta autoridad en la materia, de poner en tela de juicio lo que a primera vista debería admitir como verdad, el individuo permanece en el estado del menor de edad, del no emancipado de sus tutores. 
 La Ilustración, aquel movimiento del siglo XVIII, en realidad realizó un programa, ciertamente no resultante de un programa rigurosamente planificado, en que se buscó primariamente liberar al individuo frente a los poderes que le mantenían en estado de servidumbre justificando tal sumisión con ideas político-religiosas, como, por ejemplo la tesis de que el poder de los reyes, su soberanía, deriva directamente de Dios. No se cuestiona ni por los defensores, ni por los detractores de la Ilustración, que el paradigma pre-ilustrado se estructuraba en una visión religiosa muy particular, la que suponía intervenciones superiores, de la causa primera, en todo el reino de las causas segundas (las fuerzas naturales) de un tipo que denominamos hoy "magia". La Entzauberung, el des-magicizar la realidad, es el concepto que Max Weber utiliza para distinguir la modernidad del mundo anterior. 
 En la Restauración anti-revolucionaria y anti-ilustrada, a cuya génesis contribuyeron ciertamente los crasos errores cometidos durante la Revolución, se criticará precisamente la tesis de Rousseau de que el soberano es el pueblo, y sólo por su delegación se justifica el poder político, no por presuntos mandatos divinos sobre la obediencia a los reyes "por la gracia de Dios". Las ideas cuestionadas por los ilustrados, en general, dado que no era posible justificarlas en argumentos racionales, se basaban generalmente en la "tradición". No es este el sitio para tratar de los condicionamientos en psicología individual o en estructuras sociológicas que favorecen la adopción individual, grupal o colectiva de una tradición como pauta normativa de la conducta. En el contexto de nuestra discusión sobre formación basta recordar que en la Ilustración  se comprendió que el diagnóstico y terapia de la patología de la sumisión incondicional a autoridades y tradiciones sólo sería posible si la capacidad de crítica dejaba de ser un privilegio de los intelectuales, y se trabajaba en formar a todo el pueblo para que adquiriera esa capacidad crítica.
 Ya Bacon, el padre del paradigma de la ciencia experimental, había visto que el adepto a la tradición, simplemente cree que otros (los jerarcas de la Iglesia, por ejemplo) saben cosas que él no sabe. En la Ilustración se quiso terminar con esa sumisión interna: mediante la educación de la mente hacia una visión crítica. Sólo si se libera la mente de prejuicios infundados, de aceptación ciega de mitos o dogmas, será posible capacitar al individuo para que pueda también emancipar su vida de la sumisión a esos poderes que sólo pueden presentar cartas credenciales sin respaldo comprobable alguno. 
 La historia nos muestra cómo la Restauración hizo abortar el programa de la Ilustración, que sólo pudo desarrollarse hasta quedar como un torso de una hermosa escultura. El esfuerzo por recuperar ese impulso marcaría luego el trabajo de la Escuela de Francfort (con pensadores como Horkheimer y Adorno). 
Si buscamos los motivos por los que el movimiento de restauración tuvo tanta fuerza, ciertamente no podemos atribuirlo a la calidad intelectual de sus protagonistas, como De Maistre en Francia, Donoso Cortés en España, o sus epígonos en el siglo XX, como  Charles Maurras, ateo católico (así se calificaba él mismo) fundador del primer movimiento de ideología fascista, Action Française. Un diagnóstico de la situación en que pugnan el impulso a ilustrarse y la resistencia al saber es el que hizo Kant en su opúsculo sobre lo que es realmente Ilustración (Was ist Aufklärung?). El filósofo alemán definía Ilustración como el salto del hombre al escapar de un estado de falta de adultez, del que él mismo es culpable al mantenerse en esa dependencia frente a injustificadas autoridades. Y la fuerza que se opone a ilustrarse, a formarse, es el miedo a andar solo, a servirse de la propia razón, es decir, la angustia ante la libertad. Es mucho más cómodo creer, seguir tradiciones, admitir autoridades; para superar ese estado hay que vencer la tendencia al letargo, o dejar atrás la angustia ante la propia responsabilidad sobre uno mismo, sobre lo que uno decide y hace. 
 El miedo a la libertad interior es precisamente el punto de apoyo de la palanca con que ideologías de todo tipo, no sólo religiosas, construyen sus cosmovisiones que justifican las estructuras de poder totalitario. Así crean cadenas invisibles, pero que son bien comercializadas en esos mercados de ideas políticas, económicas, culturales (entendido el término en su sentido más amplio, abarcando, por ejemplo, la cultura del deporte de masas por antonomasia, el futbol, como vemos o sufrimos en el mundial actual). 
 Algunos aspectos o dimensiones del paradigma de la Anti-Ilustración fueron estudiados con más atención tras el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial provocado precisamente los fascismos que desarrollaron las ideas de la Restauración, como la ya citada Action Française y sus discípulos de Acción Española, la que dio las bases ideológicas del nacionalcatolicismo hispano. Los pensadores de aquella primera Escuela de Francfort, forzados a emigrar desde Alemania con la toma del poder por los nazis, nos han dejado el legado de serios estudios sobre la personalidad autoritaria, y en el entorno estadounidense fue fácil completar con estudios psico-sociológicos la crítica filosófica. Así, por ejemplo, Milton Rokeach desarrollo en su comparación de la "open and closed mind" escalas para medir el grado de prejuicios como los del racismo, en correlación con el nivel de admisión de dogmas admitidos como superiores a toda crítica. Y en esa misma línea, Deconchy estudiaba empiricamente las estructuras de esa sumisión interna del individuo a supuestos dogmas. En otro horizonte de observación, Erich Fromm analizaba los efectos destructivos de la personalidad autoritaria utilizando como caso extremo, en una detallada anatomía de la destructividad, la figura de Hitler. 
 La Ilustración se desarrolló en el mismo período en que se iniciaba la Revolución Industrial aplicando al dominio de la naturaleza la nueva ciencia empírica, contrapuesta polarmente al dogmatismo tradicional, que en su lógica no tenía otra alternativa que la posición asumida por la autoridad eclesiástica ante personalidades como las de Copérnico o Galileo
En la Ilustración se aceptó pues la nueva fe en el progreso, lo mismo que se adjudicaba a la razón aquellas propiedades asignadas antes en la construcción teológica a la figura de un dios. El mismo Descartes, aunque intentó una duda universal, no cuestionó el valor absoluto de la razón como instrumento para la busca de la verdad. 
 Hoy, a cierta distancia histórica de aquel intento de los ilustrados, podemos percibir que su esfuerzo por liberar al ser humano de mitos, dogmas y principios superiores, salvo en algunos casos (como el de las críticas de Kant estableciendo límites a la razón) no llegó a sus últimas consecuencias. El ideal ilustrado de la formación del individuo se estructuraba así en un horizonte en que seguía vigente la admisión de los absolutos, aunque transportados desde la esfera de lo religioso y mítico, a la del propio pensamiento humano. Y dejamos para otra ocasión tratar de la aportación de Wittgenstein a la superación del paradigma de la confianza absoluta en la razón. Por lo demás, si superando nuestro eurocentrismo observamos lo sucedido en otras culturas, veremos que dos siglos antes de nuestra era, en la India budista, Nagarjuna anticipó ya, y de forma radical, la admisión de los límites de la razón. Pero debemos volver al tema de la Ilustración como primer intento para llegar a una formación integral. 


 Aquel grabado inolvidable de Goya, "el sueño de la razón produce monstruos", ciertamente una expresión de ambigüedad no superable (no se sabe si es que al soñar la razón no funciona, o si ella engendra tales monstruos) anticipaba ciertamente la posición, que muchos llaman "posmoderna" (término más que discutible), en que se cuestiona la misma capacidad de nuestra razón, es decir, se ponen límites a nuestra capacidad racional, límites que ningún saber puede superar. 

La imagen del barón de Münchhausen que se libera a sí mismo de las arenas movedizas en que ha caido tirando con sus manos de la coleta en que anudaba su cabellera, es también otro símbolo de la situación en que se encuentra el pensamiento humano. 

 Por eso, como se exponía por Morín en el texto de la anterior publicación en este blog, la primera tarea en la formación debería ser la de educar para aprender a cuestionar aparentes certezas.
 Es desde esta posición meta-crítica desde la que pienso que debe plantearse el problema de la formación para contribuir a que la persona se comporte asumiendo plenamente la responsabilidad sobre lo que decide y hace. Esto, como expondré en otro texto sobre la formación profesional integral (superando la fácil especialización), tiene claras repercusiones prácticas: sin llegar a la competencia "crítica" sólo tendremos personalidades incompletas. Y en una personalidad emancipada gracias a una nueva Ilustración, ciertamente no se admitirá ya que la obediencia sea una virtud. Las experiencias históricas de la obediencia debida, en un Eichmann persiguiendo judíos, o en los militares de la dictadura argentina muestran empíricamente lo que en un estudio histórico mostré, en el marco de una Begriffsgeschichte, historia de conceptos, sobre el influjo, en la génesis del totalitarismo alemán, de la idea de Lutero, incondicional adicto a la idea de que sólo la obediencia civil garantiza el orden ciudadano. Entre las reformas que deberá enfrentar en su necesario Aggiornamento, interrumpido tras el concilio Vaticano II, me atrevo a pronosticar que, junto al antifeminismo, estará también la abolición del voto de obediencia. Lo que sólo a nivel funcional puede valer en una organización, no hay razón alguna que lo justifique como actitud esencial para ser una persona plenamente.
Ciertamente, desde la ideología propagada en "Camino", totalmente en la línea restauradora anti-ilustrada, será mejor ser un vagón que una locomotora. No sería muy rentable un ferrocarril con más locomotoras que vagones de mercancías. Ese es uno de los sofismas basados en el poder de la imagen. Pero ya hace milenios que Sócrates se nos anticipó en la refutación del sofisma como medio de manipulación del ciudadano de la Polis ateniense. La formación integral no puede olvidar el legado intelectual de los clásicos.

José Rodríguez de Rivera

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